La brisa constante es lenta y paciente. Llena las velas de los barcos del puerto, y levanta la ropa al estar en la línea de secado. Te refresca en un caliente día de verano; trae las hojas cada otoño, con la misma fluidez de cada año. Puedes confiar en la brisa, firme, segura y verdadera.
Pero no hay nada estable en un huracán. Embiste de lleno en la ciudad, imprudente, enviando el océano espumoso hacia la orilla, derribando árboles,
líneas de energía y a cualquier tonto, o lo suficientemente estúpido, como para interponerse en su camino. Claro, es una emoción como nada que hayas conocido: eleva tu pulso, tu cuerpo lo clama, como un espíritu poseído. Es salvaje, quita el aliento y lo consume todo.
Pero, ¿qué viene después?
—Si ves que un huracán viene, corre —me dijo mamá el verano que cumplí dieciocho años—. Cierra las puertas, y tranca las ventanas. Porque al llegar la mañana, no habrá nada más que restos dejados atrás.
Unbroken - Melody Grace
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